10 de febrero: ¡el gran día!
El día más intenso, duro, incluso horrible de mi vida hasta el momento en cuanto a dolor físico se refiere. La felicidad llegó al día siguiente cuando lo tuvimos en nuestros brazos.
A mí no me sucedió como en las películas.No hubo aguas rotas en casa y salir corriendo hacia el hospital sorteando el tráfico para llegar cuanto antes por notar como el bebé quiere salir. Ojalá hubiese sido tan fácil. Ojalá cada vez más las películas y las series dejen de mostrar esa imagen idílica del momento del parto. También puedo entender que hay mujeres que quizá les suceda así.
Esta es la historia, la nuestra, de como vino Daniel al mundo desde que nos ingresaron en el hospital a las 23.00 del 9 de febrero del 2022 hasta las 19.13 minutos de la tarde del día 10 de febrero.
Tuve tiempo para sufrir y mucho. Afortunadamente tuve a mi lado al mejor compañero. El que ahora es mi marido y el padre de la criatura.La persona con la que dentro de poco cumpliré 16 años de aventura juntos. Supo estar y eso no lo digo por convertirle en héroe a ojos de la sociedad(hizo su trabajo igual que yo hice el mío) sino porque considero que son de esas situaciones en la vida de una pareja en las que o bien debilita porque tienes unas serie de expectativas que se ven frustradas, o fortalecen como pareja por estar afrontando un momento duro en la vida formando equipo, que es lo que sentí en nuestro caso.
No hubo expectativas. Todo fue hablado antes del parto. Al menos todo lo que se nos ocurrió:nuestros miedos respecto a ese día, qué es lo que yo deseaba dentro de que no queríamos imaginarnos nada. Sabíamos que venían curvas y que queríamos afrontarlo juntos para traer al mundo al pequeño bebé que llevaba 9 meses gestando en mi vientre entendiendo que cada uno de los dos teníamos derecho a estar asustados y que pasara lo que pasara íbamos a intentar hacerlo de la mejor manera que supiéramos cuando llegara el momento.
Allá sobre las 20.00 de la tarde del 9 de febrero empezaron las contracciones con dolor más fuertes. De esas que notas que van en aumento y que hay que prestarles atención porque nos indican que pronto hay que ir al hospital. Era dolor con una mezcla de ilusión, entusiasmo y emoción por la llegada. Sufría cada contracción anotándola en una pequeña libreta de bolsillo entre sonrisas y pequeñas bromas con Cristian.
A las 22.20 Cristian ya llevaba un rato moviéndose alrededor mío con los últimos preparativos cara al ingreso hospitalario.Dejamos a los dos peludos en casa sabiendo que mis padres, a falta de nuestra llamada de aviso, irían por la mañana para recogerlos y tenerlos bien cuidados. Salimos hacia el encuentro con nuestro hijo.
Sobre las 23.00 ingresamos en el hospital dentro de una de las tres habitaciones por las que pasamos durante todo el tiempo que duró nuestra estancia.Esa primera habitación se podría decir que era hermosa. Con un cama funcional, un pequeño aseo y el gran atractivo que al parecer es fuente de orgullo de este hospital: una gran bañera. Se daba la posibilidad de escoger dar a luz en ella y decidimos en un primer momento probar a ver si eso podía ser para nosotros. Resultó que no. Estuvimos cerca de una hora en esa habitación, monitorizando cada contracción, cada una más fuerte que la anterior. Me entró el hambre porque no había cenado. Cristian me trajo algo improvisado de la máquina expendedora y agua porque tenía mucha sed. Para cuando le dí cuatro bocados a un sandwich que era de todo menos sabroso, el dolor de las contracciones era tan intenso que me aguantaba del marco de la puerta del aseo. Ya no me servía ni estar a cuatro patas, ni aguantarme del cuello de Cristian. Me hacían preguntas sobre qué quería hacer y no era capaz de contestar. Recuerdo decir en varias ocasiones “no lo sé”. Ante tal dolor me entraron unas arcadas terribles que hicieron que vomitará lo poco que había ingerido. Y allí ya supone que el dolor que sentía no quería experimentarlo más y pedí la epidural.
Para quien no lo sepa la epidural es una inyección que se pone en la zona de la médula espinal que sirve para aliviar temporalmente el dolor que producen las contracciones durante el parto.
Una de las razones por las que decidí experimentar el dolor para ver si quería que me la administraran fue que eso de que te pinchen en la zona de la médula lo asociaba yo a tal dolor que quería evitarlo.
Como te decía, el dolor ya era tal que me imposibilitaba incluso la propuesta inicial de darme una ducha caliente que sirviera para aliviar de manera natural el dolor. No llegaba a esa ducha. Así que en medio del pasillo por el que salí intentando llegar a la ducha mi marido ya pidió lo que yo le había indicado. Que era el momento de administrarme la epidural.
Dimos un pequeño giro y entramos en la segunda habitación. La número tres. Recuerdo hablar en positivo con Cristian sobre el hecho de que el número 3 es su número de la suerte y que eso de alguna manera nos facilitaría la faena que tenía por delante. No fue así. Y no fue por no intentarlo. Desde aproximadamente la media noche y hasta las 18.30 del día 10 concretamente.
Cristian sentado en un taburete a ratos, siempre sosteniendo mi mano y cumpliendo con su parte del trabajo al que nos enfrentábamos mientras yo intentaba aguantar lo que tocaba para dilatar.
Yo sufría el dolor físico y él sufría por verme a mi, pero nos animábamos a ratos como podíamos pensando en que pronto tendríamos al pequeñín con nosotros. Todo iba más o menos en marcha hasta casi las dos de la tarde creo que era.
A partir de esa hora todo se torció. Se volvió peor. Estaba tanto física como psicológicamente desgastada y el golpe mental llegó cuando al hacerme el tacto vaginal para comprobar cuánto había dilatado, me dicen que desde la mañana seguíamos en 5-6 centímetros de dilatación. Ahí fue cuando yo dejé de ver el final a lo que estábamos viviendo.
Empecé a imaginar que el dolor no existía en un gran esfuerzo por disipar el dolor que padecía.Me sirvió durante un rato hasta que dejo de hacerlo. Le hablaba al padre de qué haremos cuando el chiquitín estuviera con nosotros. Hablamos de planes, de viajes, de proyectos futuros, de cómo vamos a hacer crecer a la familia. La cuestión era hablar para distraer la mente y darle más tiempo a mi cuerpo para que hiciera su función.
Lloré. Lloré como hace mucho tiempo no recuerdo haber llorado. Lloré de felicidad. Lloré de desgaste emocional. Lloré de dolor físico. Lloré por la frustración que me producía que aquello no siguiese su curso natural. Y Cristian estuvo conmigo a cada paso, cada sollozo y cada respiración, preparándome para cuando llegaban aquellas contracciones que sabíamos que iban a doler porque las leía en un monitor que había al lado de mi cama.
El dolor seguía aumentando, y a parte de la epidural me pusieron otra sustancia que no recuerdo que era para aliviarme. Ahí se me durmieron completamente las piernas. Cuando lo pienso fríamente ahora desde la comodidad del sofá donde estoy tumbada escribiendo estas líneas sé que no era algo permanente, que las piernas iban a despertar cuando todo acabara. Pero con el cansancio acumulado y la desesperación que generaban esas horas que pasaban sin progresar, me provocaron sentir cierta ansiedad provocada a su vez por el dolor que notaba en las caderas por la cantidad de horas que llevaba ya tumbada. Me dolían los huesos y las carnes a pesar de no sentir las piernas.
Mi cuerpo no quería responder debidamente.Decidió parar a los seis centímetros y cuando a las seis de la tarde me volvieron a comprobar y se nos dijo que seguíamos igual me derrumbé del todo. Fue entonces cuando Cristian planteó que ya era hora de hablar con los médicos para practicar una cesárea porque ya había sufrido todo y más por intentarlo y no valía la pena seguir alargando la agonía. Para aquel entonces afortunadamente los médicos llegaron a la misma conclusión de Cristian y así nos lo comunicaron.
A partir de allí los sentimientos que experimente fueron una mezcla de alivio porque el final estaba cerca, emoción porque por fin íbamos a tener en nuestros brazos al pequeño Daniel y miedo ante el hecho de que me iban a operar.
Verás, no he estado hospitalizada nunca en mi vida por lo que mi presencia en el quirófano me impresionó y asustó.No recuerdo los pensares específicos que pasaban por mi mente cuando estaba en la mesa de operaciones, lo que si recuerdo es que intentaba distraerme con las luces, aparatos que habían a mi alrededor y con las anecdotas que los cirujanos y las enfermeras se contaban mientras me operaban.
Toda una aventura con sabor amargo pero claramente necesaria para alcanzar el fin que buscábamos.
Por fin, después de lo que fueron 20 largas horas a las 19.13 minutos Daniel vino al mundo.
¡Oficialmente nos convertimos en padres!