Días en los que cuesta arrancar

Querido lector,

¿Sabes esos días en los que te levantas y como que no sabes por dónde empezar porque te cuesta un montón?

Esos días en los que te sientes que te mueves al ritmo del caracol como si no tuvieras fuerzas para empezar tu día.

Hoy quiero compartir contigo parte del método que uso para lograr lo que me propongo, y cómo lo estoy experimentando.

A pesar de estar en casa por la mañanas estos meses, sigo teniendo una rutina bastante marcada: me levanto a sacar a los perros, unos pocos mimos con los peludos y mi marido, me visto, hago yoga, escribo, ordeno un poco la casa y luego pues me planteo qué quiero hacer ese día ya sea cocinar, escribir, leer, un paseo más largo…etc. Cuando trabajo la rutina suele ser la misma, lo único que en vez de plantearme qué quiero hacer ese día, me preparo y me voy a trabajar 😛

Hay días como hoy que me levanto y como que no sé por donde empezar. Lo primero que pienso es que no me apetece hacer deporte. Puedes pensar que no pasa nada, pues no lo hago y paso a la siguiente cosa que me apetezca hacer y listo, ¿cuál es el problema? Pues que me conozco y sé que si no hago esta actividad todo lo que viene detrás empieza a darme pereza y empiezo a no tomarme nada del día con la seriedad que se merece entrando en una espiral de pensamientos vagos que no me gusta nada porque me hacen sentir poco activa, incluso he llegado a sentirme triste o como sin propósito. Así que ya ves que para mi arrancar el día bien es importante. Es como una cadena de secuencias, el deporte por la mañana. Para mi es el desencadenante de todo lo que viene después. Así que entenderás que lo días que no me apetece y entro en esa batalla mental para mi supone un verdadero reto que según acaba, determina el resto de mi día.

Hoy tocaba hacer la sesión de yoga, ya que intento hacer ejercicio mínimo día si y día no. Perdí un poco el tiempo dando vueltas. Vamos que donde en otros días me hubiera costado 10 minutos ponerme en marcha, hoy me ha costado empezar la practica de yoga 1 hora. ¡Menudo desperdicio de tiempo conversando conmigo misma para arrancar la máquina cuando si no me hubiese dado opción de elección no hubiese dudado! Esto es parte del proceso de crecimiento y de establecer bien la rutina hasta el punto de convertirse en automática.

La vida es así, no somos máquinas. Hay días que a una no le apetece y toca luchar contra la propia procrastinación con la intención de ser más constante para sentirme bien.

¿Cómo lo consigo?

Me repito un discurso interno parecido a esto:

“Mihaela son solo 20 minutos de tu día la sesión que haces de yoga, ponte a ello porque la alternativa es tirarte al sofá excusándote de que has dormido mal, te dormirás porque algo cansada estás y te despertarás con ese sentimiento de insatisfacción que no te gusta de haber echado a perder tu tiempo. ¿Te acuerdas cómo te sentiste y te fue el día la última vez? tu sabes que no quieres eso. Son sólo 20 minutos.”

En otras palabras, le quito importancia al esfuerzo y recuerdo lo más vívidamente el malestar que me provoca no hacer esa actividad propuesta. Tal es así, que han habido días en los que me he sentido muy fuertemente arrastrada por el sentimiento de no querer hacer nada de nada y para no perder la batalla y sentir un mínimo de satisfacción, en vez de hacer 20 minutos de ejercicio me he puesto la sesión a la mitad, ofreciéndole a mi mente el desahogo de que es tal la chuminada que tengo que hacer que no me va a costar, que no voy a sufrir.

En un libro que ahora mismo no recuerdo cuál es, leí que estamos diseñados para huir del dolor y por eso nuestro cerebro busca todo tipo de excusas para dejar de hacer esas actividades que sabemos que debemos hacer. Emplear esta técnica de control mental me es de gran utilidad porque ayuda a reconfigurar mi pensamiento y así conseguir lograr más de aquello que me propongo. Ya no pierdo fuelle tan rápido. La rutina dura más en el tiempo. Los días me resultan más placenteros, voy más confiada por la vida, estoy más tranquila,

Lo curioso que sucede cada día que repito ese discurso en los días en los que me cuesta arrancar es que una vez cumplida la tarea propuesta me siento tremendamente orgullosa de mi, más realizada, me atrevería a decir que más empoderada, capaz de enfrentar el día con mejor actitud. Los días resultan ser más placenteros a pesar de las dificultades a las que debo hacer frente. Mi mente empieza a pensar que si he sido capaz de dominarme a mi misma y superarme, soy capaz de superar otras adversidades. No sé hasta que punto eso es cierto o no, pero elijo creerlo porque me hace sentir bien conmigo misma y a lo largo del día me noto más alegre, más viva.

Pruébalo y verás por ti mismo 🙂

¡Ojo! habrán días que no ganarás la batalla, eso no significa nada. Sigue intentándolo hasta que ganes, nota como te sientes y reflexiona sobre ello. Una vez lo tengas se tratará de conseguir tener cada vez más días ganados.

Aunque cueste arrancar, aunque no puedas hacerlo, aunque te sientas más bien torpe, aunque sientas que no quieres, arrancar en los días en lo que no te apetece tiene un poder inmenso en nuestra capacidad de mejorar, incrementa nuestra disciplina. E incrementar nuestra disciplina en pequeñas tareas que nosotros mismos nos proponemos nos forma para que afrontemos las obligaciones diarias con más efectividad. Nos ayuda a construir nuestro carácter. Un carácter más fuerte, más decidido y más de fiar.

Así es como yo enfoco mis días para progresar continuamente.

Igual me lees y te parece una chorrada, o tienes otro método que te funciona, porque cada uno somos un mundo. Y me interesa saber,

¿Tu cómo arrancas esos días en los que te cuesta?

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *